jueves, 31 de enero de 2013

El de la Umbría. Capítulo sexto



En vista del éxito de esta revista y queriendo corresponder de alguna manera al creciente favor del publico, hemos decido publicar una serie de novelas andaluzas debida a las mejores plumas de los escritores de la región Arturo Revés, Julio Pellicer, Ramón A. Urbano, Fernández del Villar, Casaux España, Martínez Barrionuevo y otros nos han prometido cooperar con sus bellos escritos al mejor éxito de esta sección.

Arturo Reyes el padre de la novela andaluza, ha abierto la marcha con una narración primorosísima como todas las que salen de su brillante pluma.

Por su extensión la iremos publicando en fragmento procurando hacerlos cortés al final de los capítulos, para el mejor  cocimiento de los lectores.

La novela de Reyes lleva este título:


El de la Umbría


CAPÍTULO SEXTO


El tío Cachorrito esperaba á Toño sentado en el patio, un patio enorme, entre huerto y jardín, lleno de arreates, sembrado de árboles frutales y sombreado por una añosísima parra cubierta á la sazón de apretados racimos y de verdes pámpanos, al través de los cuales, al penetrar los rayos del sol dibujaban sobre el húmedo y enarenado suelo mil caprichosas siluetas de oro.

El ventero había soltado el mugriento catile en un rincón, y destacábase con enérgico relieve en medio del reducido y pintoresco escenario, con su cuerpo anguloso y ligeramente encorvado; los ásperos mechones de pelo blanquísimo que se le desbordaban por bajo el pañuelo de yerbas que le cubría la cabeza; atado sobre la nuca; con sus grandes patillas de boca de hacha tan blancas como el pelo; con su rostro rugoso y atesado, de larga nariz de pico de ave carnívora, la frente deprimida y toda hecha un fruncimiento, labios sumidos y ojos pequeños y casi ocultos por las pobladísimas cejas y  los carnosos párpados, y con su indumentaria pobre y limpia y característica, la raída chaqueta corta de pañete con sobrepuestos de astrakán, la encarnada faja que cubriéndole desde el sobaco á la ingle, dejaba ver la pechera de la camisa blanca y zurcida y con aun visibles huellas de ya casi desaparecidos bordados; corto pantalón adornado de argentíferos caireles y viejas polainas de cuero, ya apenas orladas de renegridas correas.

El tío Cachorrito estaba taciturno y sombrío; pensaba en lo que iba á hacer, y algo le escarabajeaba en el fondo del pecho; y tal vez hubieran vencido en él las buenas á las malas tentaciones, á no haber llegado tan pronto el hijo del Naranjero, que le preguntó con acento indiferente:

—¿Quién es quien mal le quiere que por aquí le envía, tío Cachorrito?

Este estrechó, incorporándose, la mano que aquél le tendiera, y así que se hubo alejado Tobalo, le repuso con voz un tanto apagada:

—Pos hombre, aquí me ha traío mi suerte mala ó güena; y si hubieras tardao una miaja más, quizá me hubiera arrepentío y me hubiera largao otra vez á mis cubriles con lo que traigo pa ti; pero cuando te he jallao y has llegao tan á tiempo será porque Dios lo manda, y cuando Dios manda y el rey ofrece...

—¿Y qué es lo que usté se ha traído para mí de su bugío?

—Pus hombre, te diré: yo no sé si tú sabes que yo tengo en mi casa una varita de virtú, y que gracias á ella yo soy casi un jechicero cuando me dá la gana.

—Hombre, no lo sabía, pero cuando usté lo dice…

—¡Cuando yo lo digo firma el escribano! Pues bien, esta mañana me dijo mi varita de virtú una cosa que yo imagino que á ti te interesa mucho.

—¿Y qué es lo que le dijo á usté esa señora?

—Pos esa señora me platicó lo que te voy á dicir; y apenitas me dijo lo que me dijo, me vino el ricuerdo de la güeña voluntá que yo te tengo á ti y á tu padre; me acordé que tu padre en una ocasión me sacó en parma de una cencrucijá en que me metieron unas malas lenguas que comías de cangros arrematen; me acorde de que yo te conozco desde que andabas á gatas, y me dije yo pa mi capote: El güen mozo de Toñuelo es una prenda, una prenda de estima, pero al mozo se le ha vuelto de espaldas la buena fortuna y se ha trompezao en su veréa con una jiena más bonita que el sol, y se ha prendao de esa jiena y le han caío cataratas en dambos ojos.

— ¿Pero qué fue lo que le dijo á usté su varita de virtú?

—Pos mi varita de virtú me dijo:— Si es que tú tiés consencia y eres hombre agraecío, sal ahora mesmíto de estampía y vete al pueblo, y busca á Toño, y dile á Toño que si quiere curarse la ceguera sin médicos y sin que naide le jurgue á los lagrimales, que esté esta noche á las nueve en punto cerca del puente del Tejarillo, frente por frente á la jaza del Emplomao, y que á los dos minutos de estar allí recobrará la vista; pero dile tamién que se vaya con retemuchísimo tiento y con muchísima pruéncia, poique pudiera toparse manos á boca con un tigre carnicero que está casi pregonáo, y que si le trompieza que ande vivo, que al que madruga Dios le ayúa y que muerto el perro se acabó la rabia, y que al que se muere lo entierran, y que ya conoce el refrán que dice el muerto al hoyo y el vivo al bollo.

—Y oiga usté, abuelito, ¿se pudiera saber por qué esa varita de virtú ha dicho lo que ha dicho?: porque aquí ya nos sabemos de memoria que á usté no le ponen la carne de gallina los tigres carniceros.

—Tiées razón en preguntar, que cuando canta la cigarra, calor jace; pos bien, mi varita de virtú ha platicao lo que ha platicao por mor de varias cosas; poique yo á ti te estimo, poique á mí me gusta dar algo á cuenta cuando debo y yo le debo algo y más que algo al señor Curro, tu padre, y además... además poique á mí me ha dao ese tigre un zarpazo; á mí, al Cachorrito, á mí, cuando ya no tengo juerzas ni pa disparar un retaco.

Y la voz del ventero vibraba sorda y huracanada, y le relampagueaban los entornados ojos.

Y tras breves instantes de silencio incorporóse el viejo, tendió la mano á Toño y se alejó, no sin decirle de nuevo á este con voz todavía temblorosa:

—Y no te encargo ná, que ya sabes lo que me vá en que no sepa el favor que acabo de jacerte.

—La piedra cayó en un pozo, agüelito, y hasta más ver.

Y el hijo del señor Curro, grave y pensativo, se dirigió hacia las escaleras.

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